LAS MANOS
Sólo la gente observadora se fija en las manos. En su tamaño, su textura, el color de la piel, sus arrugas, el corte y forma de las uñas, en las joyas o adornos que las pueblan, los callos, raspados, heridas incluso, o los roces de las condiciones laborales y de la vida misma de esa persona y de los objetos que suelen tocar, ya sean de esfuerzo físico o intelectual. Cada actividad tiene sus propias huellas y marcas en las manos. Hay gente, no sólo invidentes, que, incluso, tiene un advertido y entrenado sentido del tacto que sólo con tocar unas manos con las suyas adivina casi por completo la historia de una persona, su profesión y sus pecados, sus vicios, su estado de salud...o de enfermedad. Casi su vida entera.
Pero nada se puede comparar a las manos de una madre. Son las que más nos han mimado, limpiado, acunado, aguantado en vilo, vestido, dado de comer, enseñado "manualidades", peinado... Sí, y hasta algunos coscorrones o azotes cuando lo hemos merecido por no hacer las cosas debidas...o por hacer las indebidas, o por no hacer cosa alguna cuando tendríamos que haber actuado en defensa del amor, del honor, de la amistad, de la verdad o la dignidad de las personas. Pero, incluso esos azotes, siempre han sido actos y reflejos del amor que nos tenía. Nada comparable al de cualquier otra persona que conozcamos a lo largo de nuestra vida. Casi podríamos aseverar que las manos de una madre son... las manos del amor.
Y conociendo o dándose cuenta de todo eso, se hace más duro observar como la vida va pasando, también, por las manos de nuestra madre ya que, al final, indirectamente, tambien hablan del tiempo que ha pasado por nosotros. Y es más duro aún cuando, también por amor, en su vejez, debemos y tenemos que devolver aquellos cuidados, aquellos gestos, aquellos mimos que recibimos de niños...a nuestra madre, Nuestra Madre.
Incluso puede que hasta sus manos pierdan la memoria, el sentido, la habilidad o hasta el respeto y el cariño. Cuando casi empiezas a descubrir que la dueña de esas manos empieza a olvidar o ha olvidado que es tu madre; y ya no reconoce ni tus besos en ellas, ni tus cosquillas en ellas, ni tu fuerza en ellas, ni tus lágrimas en ellas.
Pero si hay algo que las madres nos suelen enseñar antes que otras personas de la familia o maestros, es a tocar, a abrir, a amar, a respetar las páginas de un cuento, al principio, y de un libro después. Y esos libros o cualesquiera otros que toquemos en un futuro cobran, mágicamente también, como una traditio en derecho romano, el indudable carácter de objetos de amor. Como si esas manos tuvieran el poder de insuflar ese cariño en esos objetos de lectura y de conocimiento y trasladarnos esos mismos sentimientos a nuestras manos que los cogen...hasta nuestro corazón.
Así que, si este ha sido tu caso, cada vez que cojas un libro estarás de alguna forma tocando las manos de tu madre, Tu Madre; y tendrás por ello casi una deuda de honor y de amor con esos objetos de distracción y conocimiento. Cada vez que los abras, de alguna forma, esté aún contigo esa persona o haya partido a la biblioteca infinita donde al final todos nos reunimos a recordar, ponderar o comentar sin dobleces el libro de nuestra vida...estarás tocando las manos de tu madre. Nunca lo olvides querida amiga, pues recuerda que, sobre todo gracias a ella, cumples años. Y los libros también lo atestiguan. No mienten cuando rozan tus manos.
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Recordar este relato de hace unos años, querida Trini, es lo que me transmitió ver tu cuadro en el Ayuntamiento de Teruel.
Un abrazo: Ángel Martínez Arribas ("Basurillas")
EL DIBUJO SE TITULA CONFRATERNIDAD.LAPIZ SOBRE PAPEL.De Triniddad Romero.